6 de abril de 2014
APOLOGIA AL CUERPO
Por Nidya Areli Díaz
El
cuerpo es la herramienta más maravillosa de los seres vivos; es lírica y
movimiento; es aroma y temperatura; es fuego y adrenalina. El cuerpo es el ente
por medio del cual somos. Luego, ser es eso que nos hace distinguirnos de
lo otro y, al mismo tiempo, fundirnos con el entorno; ser es la aventura de los
estímulos, la sensación del abrazo cuando el rayo del sol nos acaricia suave o
a mordiscos, el eterno preguntarse los porqués para no tener nada que
contestarse. Con el cuerpo hacemos el amor con la mar, con la arena, con el ser
amado; acariciamos al hijo; nos llenamos de golosinas y platillos deliciosos y
nos cubrimos de adornos y disfraces varios. Bueno, también con el cuerpo
defecamos, orinamos y segregamos todo tipo de sustancias pegajosas y, a veces,
casi en secreto, deliciosas. Nos es más fiel el cuerpo que la madre, que el
amado, que la propia conciencia; porque solo él nos acompaña más allá de todo y
de todos; tanto que, aun cuando hemos partido, él se queda muy quieto
esperándonos, esperándonos, mientras un hervidero de gusanos lo devora.
Con
ese cuerpo magnánimo y hermoso se expresan los árboles que se dejan mecer
agasajados por el viento. Oye al árbol cómo hace el amor jubiloso, calmo,
sensual, con esas brisas juguetonas y agoreras. El cuerpo de la flor le da
belleza; la flor tiene a su cuerpo para besarse con el sol, para entregarse a
los nutrientes de la tierra y para ser la criatura presuntuosa y altiva que es.
Solo el cuerpo te pone alerta ante el peligro, te dice ¡huye!, ¡huye, qué nos
alcanza el mal! El cuerpo está alerta con cada uno de tus pelos, con cada
milímetro de piel y cada glándula. ¿Quién mejor que el cuerpo que te lleva a
todos lados?, ¿Quién más noble que se te entrega en todo y en todo te secunda? Es
tan noble y sabio y desinteresado el cuerpo, que hasta en una sonora
flatulencia te regala el placer. Mirar el cuerpo y tocarlo, tocarlo y
seducirlo…, y entregarse a uno mismo sin más pretensión que pertenecerse un
momento.
¿Cuánto le damos a cambio al cuerpo?, ¿quién lo ama como él nos ama?, ¿quién, con plena conciencia, le agradece el aquí y el ahora? No, el cuerpo es malo. Alguien allá, en lejanos tiempos, nos dijo que el cuerpo era el enemigo. Nos hicieron creer que el placer carnal era impuro y terreno; que la felicidad verdadera nada tenía que ver con el cuerpo, sino todo lo contrario; que nuestras esperanzas debían ponerse en lo intangible e incorpóreo. Nos dijeron que odiáramos todo eso que pudiera producir el más mínimo bienestar sensorial. ¡Córtate los sentidos!, nos dijeron. ¡No te mires eso!, exigieron. ¡Es de mala educación hablar de eso!, fuimos prevenidos. Y resulta que eso era tabú; es decir, todo lo que cabe en la palabra escatológico: los fluidos, la carne, la muerte, lo terreno…, el cuerpo. Pero dame solo un poco de ti, nos espeta el cuerpo tan acostumbrado a los malos tratos. No ves que estoy cansado. Te llevo con alegría, comparto tus tristezas, sufro tus enfermedades, te produzco placer a pesar de la culpa que esto te genera… No, cuerpo mío, me voy al infierno si te escucho. Es de machos y abnegados y virtuosos aguantar los dolores y sinsabores. Es que, ¿no te das cuenta de que los aguanto yo? Mira que esto que eres tú, soy yo, concluyen y se quedan, ambos, cuerpo y tú, pensando, pensando.
Bailarina con vestido rosa Sergio Martínez Cifuentes |
¿Cuánto le damos a cambio al cuerpo?, ¿quién lo ama como él nos ama?, ¿quién, con plena conciencia, le agradece el aquí y el ahora? No, el cuerpo es malo. Alguien allá, en lejanos tiempos, nos dijo que el cuerpo era el enemigo. Nos hicieron creer que el placer carnal era impuro y terreno; que la felicidad verdadera nada tenía que ver con el cuerpo, sino todo lo contrario; que nuestras esperanzas debían ponerse en lo intangible e incorpóreo. Nos dijeron que odiáramos todo eso que pudiera producir el más mínimo bienestar sensorial. ¡Córtate los sentidos!, nos dijeron. ¡No te mires eso!, exigieron. ¡Es de mala educación hablar de eso!, fuimos prevenidos. Y resulta que eso era tabú; es decir, todo lo que cabe en la palabra escatológico: los fluidos, la carne, la muerte, lo terreno…, el cuerpo. Pero dame solo un poco de ti, nos espeta el cuerpo tan acostumbrado a los malos tratos. No ves que estoy cansado. Te llevo con alegría, comparto tus tristezas, sufro tus enfermedades, te produzco placer a pesar de la culpa que esto te genera… No, cuerpo mío, me voy al infierno si te escucho. Es de machos y abnegados y virtuosos aguantar los dolores y sinsabores. Es que, ¿no te das cuenta de que los aguanto yo? Mira que esto que eres tú, soy yo, concluyen y se quedan, ambos, cuerpo y tú, pensando, pensando.
¿Qué
seré yo, ya sin el cuerpo? ¿Qué será el calor que no podré sentir?, ¿los aromas
de las flores con los que mi nariz no podrá copular? ¿Qué serán los sueños que
no podré soñar aquí en mis neuronas? ¿Qué será el viento sin mis poros? ¿Qué
será de mis deidades a las que mi boca cálida ya no nombrará?, y ¿Qué será del
ser intangible y etéreo al que la playa no podrá arrullar con sus olas? Dime,
cuerpo, compañero eterno, ¿qué será de nosotros cuando nos separemos? Hablo con
mucha seriedad, mirando al cuerpo de frente, en un espejo, y se queda callado,
quieto, expectante y apesadumbrado. Parece que a él no le gusta la idea. Me
mira desde sus ojos que tan bien conozco. Me siento un poco incómoda ante su
silencio y, no obstante, cuan familiar, cuan solidario me parece siempre. Estoy
en deuda, estoy en deuda, estoy en deuda…, sigo reiterando por un tiempo
indefinido. No puedo ya nombrar lo innombrable. No puedo nombrar al Dios que no
ama a mi cuerpo; ni al silencio que no le susurra a mis oídos lo bien que oyen;
ni a la luz que no se enamora de mis ojos; ni a la lengua que no se sacia de
mí. No puedo… simplemente…
Voy
a entregarme, cuerpo, siempre a
ti. Voy a despertarme primero contigo. Voy a hacerte el amor y a bendecirte.
Voy a estar agradecida por todas estas sensaciones que me has permitido
conocer; voy a mirar, a sentir, a comer, a oler, a escuchar sin temor pero con
respeto hacia ti; y te voy a cuidar eternamente, como la flor deferente cuida
sus pétalos, como los árboles cuidan sus tallos, como el pájaro cuida sus
plumas y como el pez las escamas. Y eternamente, así, entrelazados, me quedaré
contigo, entre gusanos, hasta que tú te vayas.
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4 comentarios:
Me hiciste llorar... ¡Me gustó tanto!
Buen ensayo, me encanta lo que escribes
¡Oh! Muchas gracias a ambos dos por sus comentarios, a mí ¡me encanta que me lean! Besos y buena vibra.
Muy buen ensayo, me gusto mucho !!