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2 de diciembre de 2014
EL ÚLTIMO DÍA
Por Víctor Alvarado
A Braulio Gutiérrez, por su inagotable caridad
La timidité a été le fléau de ma vie
Michel de Montaigne
I
Para mis camaradas:
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Celda individual Vann Nath |
La única ventaja de permanecer en cuclillas en una celda tan reducida,
digamos de un metro cuadrado, es poder descansar por momentos hacia los
costados. Para ponerte de pie te das tus mañas, sólo debes mantener la cabeza
gacha para no pegar con la reja del techo; al mismo tiempo, debes atorarte con
las manos de una ranura del yeso de los muros. Luego vuelves a sentarte en el
piso, procuras no permanecer tanto tiempo en la misma posición, no por los
calambres en piernas y pantorrillas sino por la angustiosa desesperación que te
causan las visitas. Aquí, debes estar alerta.
21 de octubre de 2014
CINCO LÍNEAS
Por Víctor Alvarado
Con
este, es el quinto intento de escribir unas buenas líneas, dame dos o tres
minutos y tal vez lo logre.
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Amantes II César Carranza |
No
sé cómo, cariño. Tal vez intentando el gastado truco de imaginarme caballero y
estar con tantas mujeres en quienes inspirarme y traer a una de ellas a mi
rinconcito y esperar el golpe de las olas del pensamiento y los inquietos
deseos que afloran para, de repente, como súbita erupción, explotar en cientos
y miles de chispas plagadas de sueños pastel sobre el lienzo no amarillo de la
espera, sino blanco de esperanza, superblanco; como si fuese a escribir música.
Como era antes, cuando escribía memorablemente todo.
10 de septiembre de 2014
HISTORIAS DE CIGARROS
Por Víctor Alvarado
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Electric plague Ricardo Rivher |
Hace algunos años, en una tabaquería muy cercana, vivían dos
cigarrillos.
Uno era de finos y rubios tabacos, se decía de aroma y cuerpo
envidiables, tenía filtro; estaba engrandecido por su alquitrán y otros tantos
atributos. Según él, era la envidia del resto, pues se creía el preferido. El
muy pedante y engreído se dejaba encender sólo con flama de combustible
líquido, y no le gustaba mezclarse con cualquiera.
En la cajetilla adyacente, vivía el otro cigarrillo, cuyo hogar era
humilde y frágil; estaba construido apenas de papel arroz. A pesar de ello,
éste cigarrillo poseía grandes cantidades de nicotina, y era tan valiente y
audaz, que le importaba poco dar su vida y arderse con cerillos, o, según
decían, con restos de algún camarada agonizante.
26 de agosto de 2014
CÓMO DESHACERSE DE LOS CONEJITOS
Por Víctor Alvarado
I.
Preámbulo a las instrucciones [1]
Medio conejo con el hígado embolsado Alias Torlonio |
La
penúltima noche que vi a Julio, hubo contacto, no físico sino contacto tipo
atadura. Igual que sucede cuando andas por ahí nada más pensando en la fuga del
baño cuya gotera te impide a veces conciliar el sueño o si será tinto o blanco
para la cena del viernes y, en cualquier pasillo de cualquier institución, de
pronto sientes el tibio soplo de la mirada en tu nuca, mirada simple, sencilla,
y volteas inquieto; entonces sabes todo de esa persona al verle las pupilas
encendidas, sus ojos animados; en ese infinito y fugaz desahogo, sabe tus mañas
y tú sus mentiras, y él o ella y tú y todos parpadean, y en ese parpadeo se
piensan y recuerdan y olvidan, y al abrir de nuevo sus ojos se despiden
discretamente. Eso pasa siempre y esa noche así ocurrió; aunque también
charlamos un poco y chocamos al final las manos; saludo de cuates. Salimos a
dar un paseo por el patio, alrededor de la fuente seca, donde hace tanto que no
corre agua. Y le pregunté, por qué no habías venido. Por el trabajo, respondió.
Dímelo a mí; no he visto a mamá en temporadas, y encendí los faros del fondo
para no tropezar con los adoquines. Pero al fin regresé; vengo por el encargo
de la última vez. Aquí lo tengo; no sé si será de tu agrado. Yo sí lo sé. Y le
di la hoja. Gracias me la llevo. Y qué hago con los conejos, acaso… Ya lo
sabías; haz lo que puedas; yo lo hice. Pero no lo sé; y ya se avecinan. Tómalos
de las orejas y tíralos por la baranda o échalos a la fuente o no les abras el
portón si acaso tocan o véndelos a un irrisorio precio. Nunca los vi pero sé
cómo son y ya siento miedo. Iguales todos, cómo han de ser, lo único diferente
es el color o pelaje o tamaño o consistencia blanda y áspera. Pero los conozco;
regresarán en grupos o aislados, dispuestos a… Las instrucciones son precisas,
no te confundas. Lo sé de sobra y aún tengo miedo. No hay por qué, ya te
acostumbrarás, con suerte lo superas. Entonces ¿deberé llenar la pileta de la
fuente y echar dos metros más a la barda? Valóralo y en la próxima comentamos.
Para eso no tengo aliento. Uno debe enfrentar y resolver estas cosas solo;
nadie puede hacer algo al respecto. Tú sabes cómo, ayúdame, o de lo contrario…
Lo siento, ya nada se puede hacer; los escucho.
No
hubo próxima; sintió terror; leyó la hoja; se le dibujó una sonrisa nerviosa.
No temas, pasará pronto y de algún modo podrías ser feliz, yo me regreso, y
chocaron las palmas; saludo de cuates. Y se escapó. Y Julio no halló más
remedio que sentarse a esperar a la orilla de la fuente.
16 de agosto de 2014
ZAID CARREÑO Y SUS MEMORIAS FALSAS
SEMBLANZA
Zaid
Carreño nació en la Ciudad de México en 1973. Cursó la Licenciatura en Ciencias
y Técnicas de la Comunicación. Ha realizado cursos en el área de Filosofía y
Letras en el Museo del Chopo, la Universidad del Claustro de Sor Juana, el
Museo Británico Americano y el Club de Periodistas de México. Se ha desempeñado
desde el año 2000 como docente, actividad que alternada con otras ocupaciones,
le ha permitido continuar con la producción literaria que inició desde 1992.
Publicó en 2011 la novela Hégira y en
2009 el libro de relatos Crónica de un
extraño, ambos por la editorial Samsara.
MEMORIAS FALSAS
Por Víctor Alvarado
De
manera recurrente, he leído y escuchado decir a algunos escritores y expertos
en crítica literaria, al referirse a las obras propias o a las de los otros
autores, que una vez escrito el poema, el ensayo, el cuento, o cualquier otro
género de la literatura, estos dejan de pertenecer a uno, y se convierten, de
manera automática, en propiedad del otro, es decir, de los lectores.
15 de junio de 2014
LAS CORCHOLATAS
Por Víctor Alvarado
![]() |
Sin título Jaime Mesa |
Anoche que andaba revisando mis redes sociales vi una
fotografía publicada por el escritor Jaime Mesa, en la que se pueden observar algunas
monedas de dólar y una corcholata de los refrescos Jarritos, con todo y su
famoso lema. Esa imagen me hizo recordar una anécdota de la infancia.
Un día, al regresar yo de la Vicente Guerrero (la tercera y
definitiva escuela primaria pública por la que pasé), que estaba justo enfrente
de la casa de mis abuelos, se acercó mi abuelo Beto y me dijo, un tanto
malhumorado, que al igual que Macuca Tacuche, la Pecocha, (creo que así se
llamaba la hija de la Familia Burrón) me pusiera a juntar y recoger de
inmediato las corcholatas que pudiera, empezando por las del patio y, por
supuesto, las de toda la calle. Al parecer, el abuelo había pisado una ficha y
por poquito se iba a dar en toda la maceta.
Categoría:Jaime Mesa,Narrativa,Relato,Víctor Alvarado
4 de mayo de 2014
CELDA
Por Víctor Alvarado
![]() |
Celda Hugo Enrique Quintero Soto |
Hay una celda perpetua
grandiosa
invisible,
una que es tuya y que es mía,
hecha de alambre de púa,
de tibio acero,
de cera y arcilla.
Entras en luna, sales,
llora, llora,
despierto de día.
Esa de barras de fierro,
encierro,
de olvido y de cuento.
Categoría:Celda,Hugo Enrique Quintero Soto,Poesía,Víctor Alvarado
23 de marzo de 2014
MALDITO FUTBOL
Por Víctor Alvarado
Botas de futbol Ricardo Renedo |
Todo iba bien hasta que
¡tras!, se escuchó por enésima vez un pelotazo en el portón. Don Ponchito se
levantó molesto. El balón cayó en el patio. ¡Maldita sea! ¿No entienden?, gritó
molesto al recogerlo. El portón de la casa de don Ponchito tiene la forma
exacta de una portería; la calle, es la preferida de los chavos, no transitan
autos. Fue directo hacia el fondo donde había un cuarto oscuro. Observé con
curiosidad. Era el cuarto de las pelotas, y yo que lo creía un mito. Se encuentra
bien, pregunté, aunque creo que está un poco sordo. ¡Vaya con el tesoro! Centenares
de balones, bolas y pelotas desinfladas y polvorientas. Esa tarde le llevé unos
discos de música clásica para pasarla tranquilos. No sé por qué odia tanto el
futbol. Eso de andar nomás por ahí como loquitos pegándole con las patas a un
pedazo de aire cubierto de cuero, en verdad es una de las cosas más absurdas y
estúpidas que existe. Dijo ya tranquilo, antes de encerrar la nueva pelota en
la covacha. Luego, regresó, se sentó, me destapó otra lata y continuamos disfrutando
la melodía. No pasaron unos instantes, cuando justo en el clímax del concierto —si
acaso el término puede aplicarse así, tan a la ligera cuando se habla de música—
cayó del cielo lo que parecía ser un misil teledirigido, justo en su cabeza,
para rebotar directamente hacia el ventanal de la sala-comedor. ¡Crash! Añicos.
Era un hermoso balón semiprofesional, clásico, blanco y negro, cosido a mano, edición
especial con escudo del Seleccionado. Creí ver fuego en su rostro. Más furioso
por el golpe que por el desastre, vociferó con las manos al aire: ¡maldito!, ¡maldito
sea el futbol! Luego pateó el balón con todas sus fuerzas. Está usted bien, don
Poncho; me brincaba el corazón. Nada grave muchacho, nada grave. Entonces, para
mi sorpresa, cogió el balón entre sus manos, lo vio fijamente y lo acarició. Me
miró. Miró hacia la covacha. Se hizo un silencio. Igual a esos que se hacen
cuando no sabes si será terrible o insignificante lo que está a punto de ocurrir.
Aventó el balón al aire, lo recibió con el pecho, lo bajó delicadamente y ¡puc,
puc, puc!, antes de caer, lo levantó con el empeine y luego con las rodillas
comenzó a dominarlo. No es que me guste mucho el futbol pero me entusiasmé. El
anciano volteó y me la tiró de frente. También yo hice algunas dominadas. De
cabeza a cabeza, pase tras pase, comenzamos el juego. Por primera vez en años aquel
tipo antipático se ponía contento. La alegría nos invadió. El ex jugador
profesional de futbol de la Selección Nacional de 1962, Alfonso “La saeta”
Rodríguez, retirado en partido de semi por lesiones y fractura expuesta de rótula,
tibia y peroné, realizaba suertes con su pelota. Acertadamente la dominó de
nuevo y la bajó como un experto. Me hizo un túnel. Luego saludó a toda la
afición y se dispuso a acomodar el esférico para lanzar un último tiro penal.
Yo estaba nervioso. El público estaba expectante. Agarró la pelota. Hizo un
cálculo. Se limpió la frente y con toda calma bajó el balón; lo acomodó encima
de una escupitina. Respiró profundamente y se echó para atrás. Uno, dos, tres
pasos. Volteó a ver a la afición que gritaba y aplaudía. Yo hacía de arquero y
estaba dispuesto a todo con tal de parar el cañonazo. Don Ponchito avanzó con
la determinación del matador. Acometió. Soltó un patadón certero. Un instante
antes de que todos observaran como entraba el balón por la meta y gritaran al
unísono ¡goooool!, don poncho, con el pie de apoyo, alcanzó a rebanar con sus
tacos una impertinente piedrecilla muy redonda que lo hizo resbalar. Después
del crujido, se hizo de nuevo un silencio.
9 de febrero de 2014
MENSAJE DE INDEPENDENCIA
Por Víctor Alvarado
I
Nunca he sabido bien cómo contar una historia ni por
dónde empezar, siempre me ha resultado difícil dar a entender las ideas o los
sucesos. Sin embargo, he de intentar, con algún esfuerzo y pese a cualquier
riesgo, hacer una breve remembranza. Esto por voluntad propia, nadie nunca me ha
presionado, mi decisión está tomada. Si ha llegado este documento a tus manos, te
suplico hacer una seria reflexión y actuar como lo dicte tu consciencia.
En 1981 encontré un artículo en la Enciclopedia del México Nuevo, aquella preciosa
edición empastada en piel negra y roja, con letras laminadas de oro, envuelta en
una hermosa serpiente emplumada de plata. Fue la primera vez que leí y tuve
conocimiento de la carta. La referencia se hallaba justo a la mitad del tomo
seis, al pie de una ilustración un tanto difusa. Desde ese momento supe que se
trataba de un asunto importante.
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