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25 de noviembre de 2014

EN LA OSCURIDAD

 
Por Iván Dompablo 

Al acecho
Gabriela Batista
Otra vez tarde… Mientras tiras las prendas sobre el piso percibes el olor del tabaco. Para mí, a pesar de este maldito vicio, tu aroma es distinguible, la habitación se ha llenado de él. Como tus pupilas aún no se adaptan a la oscuridad tratas de guiar los pasos con el ascua del cigarrillo que abandoné en cuanto entraste semidesnuda, solo unas bragas blancas te cubren ligeramente el sexo, cálido, líquido y palpitante en que me pierdo todas las noches.
17 de octubre de 2014

VÉRTIGO


Por Iván Dompablo 


Vértigo
Juan Carlos Palafox Basurto
Muerto en vida y resucitado bajo el influjo de la blanca luna había cifrado en un beso todo su deseo, todas sus esperanzas.
—Cierras los ojos al besar— había preguntado él.
—¿Tú no?—había sido la respuesta, quizá algo desencantada, de ella.
Sus ojos lo turbaban y a la vez lo seducían, era como contemplar los vestigios del nacimiento del universo, millones de galaxias ahí dentro lo hacían sentirse el ser más insignificante del cosmos, un puntito vano y sin sentido. Pero el abismo lo citaba, además —y esto era lo más importante, lo que le daba esperanzas— estaba seguro de que en sus labios encontraría la respuesta a su existencia, boca de Krishna pensaba al mirarla, seguro de que en ella se concentraba el universo, en los ojos solo permanecían los ecos del momento inicial, pero su boca era la totalidad, la culminación, el punto del cual asirse ante la caída que provocaba su mirada.
Solo una vez había sentido su labio, un simple roce con la punta de su dedo y una quemadura, una llaga ardiente y suave seguía latiendo en él.
No bastaba, el deseo no sabe resignarse. A su lado y en un momento de debilidad la tomo por la barbilla.
—No cierres los ojos— pidió él.
La sintió temblar; al tenerla tan inmediata, por vez primera se encontró con otra mirada, parecía triste: como si fuese a llorar, trató de besarla, pero sus labios no alcanzaron a asirse. Antes de comenzar a caer infinitamente, comprendió la mirada.
 
31 de agosto de 2014

CONFESIÓN


Por Iván Dompablo 


Buena cosecha
Graciela Mabel Marcos
A veces, por más que me esforzaba, no conseguía que tu esencia me inundara el cuerpo: aspiraba y aspiraba sin éxito; en otras, un movimiento de tu brazo, ese brazo blanco y suave que escondía bajo un cuenco una fina mata de vellos tan negros que no parecían ser tuyos porque tu piel era casi traslúcida, liberaba el aroma fresco de tu desodorante y yo aprovechaba la cercanía, impune, para deleitarme. Había tanto por saber de ti y tan poco tiempo para conseguirlo que me estaba volviendo, literalmente, loco. Mi cerebro trataba de apresar cada momento pero se sabía incapaz de conseguirlo. Otras, en cambio, no necesitaba de ningún esfuerzo pues la otra que te habita y tiene un color encendido y no transparente liberaba a la distancia el aroma de tu sudor, ese aroma dulce y un poco ácido como de ciruelas reventadas, ese aroma que me causaba, apenas lo percibía, un salivar de anticipado deleite pues me recordaba, me di cuenta después, el de la fruta color vino que se inflama y abre de madura. Así, engañados mis sentidos, mi boca buscaba sin encontrar la fuente de su placer…, o quizá no, quizá quien se engaña es la razón y el instinto sabía lo que encarnaba aquella esencia.
 
20 de julio de 2014

EPITAFIO


Por Iván Dompablo
 

La muerte sobre el valle
Froylan Ruíz
Aquí no tengo llagas dolorosas

ni cristos de ceniza en el pecho.

Aquí no vienen olas espumosas

a borrar la tibieza de mi lecho.

Aquí no llegan risas tenebrosas,

las ebrias ilusiones y el despecho

a teñir con sudores el misterio.

Esta es mi casa, es mi cementerio.
 
 
8 de junio de 2014

NUBE DE POLVO


Por Iván Dompablo 

La pasión tiene memoria
Marta Marvulli
Me sabe a silencio esta noche eterna, ya no circula por mi cuello tu lengua abundante, me duele el golpe seco dentro del cerebro, las lagartijas posan sus lenguas sobre mi pecho, desentumecidos corren trenes ligeros al olvido sobre la noche enardecida sin decir te quiero, escapo de tus labios y tu cuerpo. Hay hombres de saliva alimentándose con vainas de trigo y en esta demencia siento el martirio anhelante de la ruptura de todos mis huesos, la línea de la vida se extiende de mi mano al universo y toca tus pezones hambrientos, llueven peces amorfos, oscuros y marchitos.
Bajo el influjo del viaje sube una burbuja rota que desangra corazones, la canción de la alcoba, donde se entregan dos seres, fluye como un arroyo semen entre las flores de ceniza arrojadas al abismo, la serpiente se arrastra como dulce melodía por mis venas, penetra en mi corazón y lo muerde, escurre su veneno —a mis desiertos ojos les falta el bit—, la serpiente encuentra al lobo, lo muerde, se apodera de él, el lobo reza, le ladra a un Cristo nocturno, lo aborrece, dobla las patas, la serpiente mira a la presa, se introduce por sus fauces y hacen una especie de rito sexual inflamado de muerte; al final no quedan sino trozos de carne apestada y negra que infectan los sueños rosas de los jóvenes amantes.
4 de mayo de 2014

DILES QUE SON CADÁVERES, DE JORDI SOLER


Por Iván Dompablo 

EL PERSONAJE DEL BASTÓN,
PRECEPTO Y SIGNIFICADO 


La literatura siempre se prestará a varias interpretaciones, pues en la lectura de una misma obra podremos adoptar diferentes perspectivas, analizar diferentes elementos. El propósito de las siguientes líneas es, precisamente, ensayar una de estas lecturas. La novela que nos ocupa fue escrita por el escritor mexicano Jordi Soler (La Portuguesa., Veracruz, 1963), quien además de novelas ha publicado dos libros de poesía.
En la novela Diles que son cadáveres nos embarcamos en un viaje lleno de anécdotas cargadas de simbolismo, pero contadas con mucho sentido del humor de tal forma que la aventura nunca deja de ser disfrutable. En ella tres personajes emprenden un viaje que tiene como propósito final acceder al bastón del poeta Antonin Artaud; este bastón no sólo desempeña el papel de centro magnético del grupo, sino también es el motor que moverá toda la historia y con respecto a él abordaremos la novela.
27 de abril de 2014

ROCÍO


Por Iván Dompablo 


Como un árbol viejo
Denis Nuñez Rodríguez
Había implicado un gran esfuerzo para él, pero finalmente consiguió llegar hasta ese lugar. El ruido que emitían los cláxones se escuchaba ahora algo distante, el hombre pensó: ya no estoy para estas cosas; le dolían las piernas, y en el camino más de dos veces estuvo a punto de ser atropellado —¡Viejo pendejo, fíjese por dónde camina!—, le gritaron los irritados conductores en cada ocasión. Los reclamos eran algo irónicos porque precisamente ahora que tenía ochenta años se había vuelto un hombre sumamente precavido, pues sabía que el mínimo error podía costarle la vida; y él, a pesar de ser una persona solitaria, aún quería vivir otro poco. Además, él sí se había fijado antes de cruzar, el problema era que siempre, por más lejanos que estuvieran los autos que se aproximaban, durante el cruce inevitablemente terminaban por alcanzarlo. Con mucho gusto les habría respondido, pero no eran tiempos para eso, ahora ya nadie respetaba, y ese día ni siquiera llevaba su bastón, así que le pareció muy mala idea eso de hacerle al don Quijote; por otro lado una cosa era atacar molinos e incluso enfrentarse a los leones, ¡pero contra gorilas la cosa se veía más complicada!, por eso prefirió responder a las agresiones con una leve sonrisa, recordando una antigua frase llena de sabiduría que un maestro siempre repetía en su clase: “miéntales la madre con una sonrisa”.
16 de marzo de 2014

CONFIDENCIA


Por Jorge Iván Dompablo
 

Prendido a un recuerdo
Rosa Spindler
He guardado en la memoria…

no tu nombre,

cuya grafía variable jamás conocí,

tampoco tu imagen

erosionada ya por las nostalgias,

sino algunas frases vagas

—quizás intrascendentes—,

el símbolo —que no la sustancia—

del color de tus ojos,

y algunas anécdotas

ya ficcionalizadas,

a pesar de quien estos caracteres traza.
 
 
2 de febrero de 2014

EFIGIE


Por Jorge Iván Dompablo

Trato de recuperar tu efigie que, extraviada en alguna sucia gruta de mi memoria, aguardará, agonizante de frío, a que este ingrato vuelva. La imagino agitarse desconcertada, igual a un ratoncito todavía ciego de recién nacido; la busco por múltiples senderos sin fortuna; me atrevo, incluso, a asecharla escondido en las esquinas detrás de los faroles junto al homicida, mi hermano. Después de los aguaceros salgo seguro de que vendrá tras el aroma de la tierra, recorro de un extremo a otro las aceras explorando cada grieta; voy en su busca cuando brota el sol y mi vista se detiene a contemplar las buganvilias escarlatas que se van llenando de pájaros mientras visito tu nombre como un conjuro, pero tu imagen nunca llega, me está vedada.

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