9 de febrero de 2014
GIROS POPULARES DEL LENGUAJE MÉDICO
De Francisco Padrón Puyou (México:
1910-¿?)
Por
lo que vimos al principio, son numerosas, muy variadas y pintorescas, las
denominaciones populares de las partes anatómicas del cuerpo humano, sin tomar
en cuenta muchas otras que no son para repetirse. A la recíproca, los términos
castizos, técnicos, se usan en locuciones y giros de lenguaje con significación
vulgar, sufriendo cambios semánticos una veces, y empleándose en sentido
figurado en otras ocasiones.
Al
usar en la práctica tales giros, por su repetición tan frecuente, no reparamos
en que estamos haciendo intervenir vocablos castizos anatómicos, fisiológicos y
de patología estructurando expresiones de carácter popular. Muchas de estas ya
tienen carácter tradicional, pero otras son de nuevo cuño, evidentemente. Sin
embargo, hemos anotado también estas últimas para dejar constancia, con la idea
que expresamos en nuestra introducción.
Es
infinito el número de ejemplos que podríamos citar; pero nos concretaremos a
los siguientes:
Pleura,
por ejemplo, en sentido popular no se refiere a la membrana envolvente del
pulmón, sino que se aplica a la gente de baja estofa. Equivale a plebe. Ser muy
pleura, es ser nada educado, no importa la capa social y económica a que se
pertenezca. Muchos “niños bien” son muy pleuras, aunque es cierto que con mayor
frecuencia se aplica a los peladitos.
Pulmón
se le llama al pulque, al que también se le llama pulman. “Vamos a darle al
pulmón”, es una forma de invitar a tomar pulque, o de decir que se va a
proceder a tomarlo.
Se
puede respirar por la herida. El despecho hace el milagro.
Al
apretarse las narices no se perturba la función respiratoria, precisamente,
sino que se evaden compromisos o responsabilidades, con la mayor frescura.
Tener
olfato no es solo una función normal que todos tenemos; tener olfato en los
negocios, es tener buen ojo para ellos. En política, el que tiene buen olfato
no pierde nunca.
Olérselas
equivale a poner en juego el buen olfato. El que se las huele, acierta y no es
fácilmente sorprendido. Para olérselas no es indispensable tener la nariz de un
Cyrano; el tamaño es lo de menos. ¿No hemos oído muchas veces que alguien es
chato, pero las huele?
También
el ojo tiene que ver en lo que acabamos de tratar, pues no cualquiera tiene
buen ojo, o mucho ojo. Algunos pueden tener miopía extrema, estrabismo,
astigmatismo, y sin embargo tener buen ojo para sus negocios o para cualquiera
otra empresa.
A
pesar de que una persona tenga las pupilas oculares iguales a las del resto de
las gentes, se puede decir de ella que tiene mucha pupila; equivale a tener
mucho ojo.
Para
significar lo mismo, y tratándose de señalar que se posee gran experiencia, se
puede recurrir a los colmillos, en cuyo caso se acostumbra decir: tiene mucho
colmillo, es colmilludo, tiene el colmillo duro, tiene el colmillo largo, tiene
el colmillo grande. Ahora, que si el colmillo es nejo, al decir que así lo
tiene un sujeto, se estará diciendo que su dueño es gente de mucha experiencia
y no es ningún ingenuo. Nejo se refiere, en este caso, a la coloración gris un
tanto obscura que adquieren los dientes cuando por largo tiempo han permanecido
sin recibir la espumosa caricia de un cepillo. (Nejo deriva del náhuatl, que
significa color de ceniza).
Con
la misma idea de dar a entender que alguien es experimentado y malicioso, se
puede decir que tiene la muela dura.
Tiene
buen diente, el que tiene buen apetito. A veces resulta paradójico que un
individuo con dentadura postiza tenga buen diente. Así sucede, con tal de que
tenga buen saque, como también se acostumbra decir cuando se es de muy buen
apetito.
No
tendría nada que ver si a alguien se le contaran las muelas sin mala intención;
pero si se las cuentan para engañarlo, equivale a tomarle el pelo, es decir, a
hacerle creer en algo que no es cierto. Contar las muelas es como poner verdes
los ojos.
Para
vigilar hay que echar ojo.
Para
estar alerta hay que parar oreja. Si en lugar de parar oreja se agacha oreja,
quiere decir que quien lo hace, es sumiso. Si se enseña la oreja, es que ya se
descubrió cómo es en realidad un sujeto; en otros términos, enseña el cobre.
Le
ruge la buchaca, o le jiede la covacha, a la persona cuya boca le huele y no a
ámbar.
Aun
cuando el hombre no usa freno, puede morderlo. Esto ocurre cuando ya cayó en el
garlito del amor, del vicio, etc. Fulano ya mordió el freno, significa que ya se
enamoró, que se embriagó, etcétera.
A
propósito de morder, no son pocos los humanos que lo hacen.
Algunos
lo hacen en riña, en cuyo caso los órganos predilectos para morder son los
pabellones de las orejas, la nariz y los labios. Buena cuenta de esto nos la
pueden dar los cirujanos plásticos que tienen que reparar los desperfectos. Es
la mordida un arma defensiva, sobre todo de la mujer. Sin embargo, el hombre también
muerde en cuanto puede, solo que para ello no utiliza su dentadura. Para morder
basta con que se haga obsequiar en metálico, a cambio de algún servicio,
calificado como extra, o simplemente por hacerse de la vista gorda.
Si
una persona es influyente, o disfruta de una posición social y económica
elevada, se puede decir de ella que es muy garganta. Cuando un individuo toma
los líquidos con gran avidez, especialmente tratándose de bebidas alcohólicas,
se dice que tiene muy buen juego de garganta, a semejanza de los que comen
abundantemente, de quienes se afirma que tienen muy buen juego de bigote o de
quijada. Si se reúnen las dos condiciones en el mismo sujeto, se puede
sintetizar tan extraordinaria capacidad en las siguientes palabras: bebe como
naufrago y come como prófugo.
Se
puede echar de su ronco pecho, sin que objetivamente se pueda comprobar qué es
lo que se echa. Así se dice cuando se vocifera.
Lo
vernáculo se permite el lujo de transmutar un órgano en otro, lo que al parecer
es más difícil de lograr que los sueños alquimistas de convertir el agua en
oro. Sin embargo, el corazón se puede hacer de intestinos, cuando se dice que
se hace de tripas corazón; para esto basta con que se acepte de buen o mal
grado una situación. También la boca se puede convertir en agua; es suficiente
que se esté frente a un manjar apetitoso para que se haga agua la boca. Esta agua
no es otra cosa que saliva, la cual se secreta en grandes proporciones también cuando
se ve comer algo ácido. Recordemos que una de tantas travesuras de los pequeños
es comer limones ácidos enfrente de los músicos que tocan instrumentos de
viento, con el fin de que al hacérseles agua la boca, no puedan soplar bien.
Una
vez admitidas tales metamorfosis, no nos sorprende saber que una persona tiene
corazón de pollo; por lo común se trata de una persona muy buena, sentimental,
fácilmente impresionable. Otras veces, con estos mismos atributos un individuo
puede ser corazón todo él. ¿No sabemos de gentes que son todo corazón, o puro
corazón, para mejor decir?
En
cambio, hay personas de gran estatura en quien uno supone tener corazón de
grandes proporciones, y sin embargo, también tienen su corazoncito.
Cualquiera
piensa que el término cardíaco se reserva para los que tienen una afección del
corazón. Nada; son cardíacos, también, los juegos deportivos; sobre todo los
finales en beisbol, futbol, etc., suelen ser cardíacos, a condición de que la
victoria se decida en las postrimerías del juego.
Hasta
este momento no ha sido posible que la cirugía logre reponer ciertos órganos;
sin embargo, a las noticias, relatos, chismes y demás comadreos, sí se les
puede poner patitas y manitas, exagerando y agregando algo de la propia
cosecha. Poniéndoles patitas y manitas crecen, como se dice que crece la bola
de nieve.
Si
todo lo anterior es motivo de admiración, más lo es cuando nos enteramos de que
pueden cambiarse las cabezas. Esto puede ser en el argó periodístico. Como
ejemplo relataré el siguiente: en la columna de “Sociales” se leía la siguiente
cabeza: “Su audacia los llevará al presidio”, y en el cuerpo de la información
se hablaba con lenguaje rococó acerca de la celebración de elegante matrimonio.
En otra sección del mismo ejemplar aparecían los rostros rufianescos de dos
estafadores, disimulando su satisfacción por cargar sobre ellos esta cabeza:
“Hacia el altar”. Un travieso duendecillo fue el autor del cambio de cabezas.
En
el caso anterior, cambiar las cabezas no es muy bueno; pero hay casos en los
que sí sería muy conveniente. Por ejemplo, cuando se es mala cabeza por mal
comportamiento, o cuando se es muy cabeza dura por terco o por tonto. La
terquedad justifica llamar cabezón a un individuo, aunque las dimensiones de la
extremidad cefálica no sean descomunales.
Si
alguien es motivo de preocupación o pena de otra persona, se convierte en su
dolor de cabeza. Este tipo de dolor de cabeza no es de los que se curan con
aspirina.
Darle
en la cabeza a un sujeto no siempre implica golpeársela. Se le puede dar en la
cabeza solo para molestado y contrariarlo.
Toda
esta terminología de la cabeza se completa con el verbo cabecear. Se cabecea
una vena o una arteria, cuando se las liga para evitar que sangren, para
cohibir una hemorragia. Se cabecean las notas periodísticas, como ya lo dijimos,
y cabecean, esos sí materialmente los asistentes a conciertos que no entienden,
a conferencias a las que se ha ido para darse pisto o en las que el
conferenciante no despierta interés en su auditorio. Entre paréntesis, un buen
signo pura que un conferenciante ponga fin a su plática es el del número de
cabeceadores entre los asistentes. El conferenciante, además, debe desconfiar
de aquéllos que aparentemente lo escuchan en actitud bizarra, actitud que de
tiempo en tiempo cambian por una disimulada y efímera inclinación de cabeza que
se realiza lenta y flácidamente, para volver, en movimiento brusco, a adquirir
una postura fingidamente erguida. A este grupo de falsos oyentes hay que sumar
los que están en plena adoración de Morfeo, a quienes —más sinceros— no les preocupa
el qué dirán, o quienes —más ingenuos— creen que nadie se percata de que están
dormidos, sin saber que los ha delatado un mal reprimido ronquido, o una
lamentación subconsciente, motivada por lo incómodo de la butaca.
Al
hablar de carnes no siempre se alude a las que envuelven los huesos. Carnes se
llaman, también, a las palabras obscenas. Las más “gordas” de las malsonancias
se designan con el aumentativo de carnotas. Ser carnero, no significa ser
cierto cuadrúpedo conocido con tal nombre; puede ser que se refiera al que
gusta de hablar con un lenguaje rico en carnes. Crnearse a un individuo es
engañarlo, tomarle el pelo.
El
diminutivo carnitas, se emplea para designar un tipo especial de soldado
asimilado al ejército, pero “sin méritos de campaña”, que es visto con desprecio
por los soldados regulares, de planta. Con ese significado usa el término de
que nos ocupamos, el Dr. Castillo Nájera, en su Corrido Grande El Gavilán:
De
carnita lo metieron
al
batallón del Estado.
……….
Son
las puntadas finales
de
sus monas inauditas
retar
a los federales,
y
elogiar a los carnitas.
……….
Lo
pusieron de patitas
a
la puerta del cuartel,
y
salió de los carnitas
maldiciendo
al coronel.
El
hueso, además de ser una formación anatómica importante que sirve de sostén al
cuerpo humano, es también el medio que sirve para sostener a la familia de ese
cuerpo. Hueso se usa en lugar de empleo, chamba o destino. Es tal la devoción
que se siente por los huesos, que se ha instituido la Feria del Hueso. La fecha
varía de un estado a otro, de acuerdo con las fechas en que cambian las
autoridades. Si a estas las “enferman”, la Feria del Hueso se celebra a plazo
más corto.
Hay
ocasiones en que hay un hueso duro de roer, indicando con esto que lo que se
trata de ejecutar o de emprender no es fácil.
Si
se topa con hueso o si se pega en hueso, se entiende que es difícil continuar o
realizar una empresa.
A
fuerza, se puede decir a hueso.
Pegar
a hueso el mosaico, el azulejo, el ladrillo, es una expresión que emplean los
albañiles, con la que se da a entender que dichos materiales se colocan
directamente, sin poner previamente el “firme”.
Tomado de: Padrón, Francisco. El médico y el folklore. San Luis
Potosí: Editorial Universitaria, 1956. Pp. 39-46.
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1 comentarios:
Hace mucho que no me divertía tanto con la prosa. Qué texto tan rico.