25 de mayo de 2014
EL VICIO
Por César Vega
![]() |
"Remolino de fresa" Lee Price |
No sé cómo
sucedió, solo lo hice, solo dejé de pensar y lo hice, la probé y me gustó. De
ahí en adelante, hasta aquí todo ha sido despeñarse, entregarse al placer de
consumirla, exaltarme con su tibieza entrándome en el cuerpo. Rendirme a ello y
nada más. ¡Sí, soy un adicto! ¡Qué más da! Ya no voy a mentirte diciendo que
voy a dejarla; hace ya mucho tiempo que superé esa fase de muletillas de
hipocresía falaz. Ahora estoy en la del cinismo total. Claro, eso no significa
que saldré a la calle a divulgarlo a todo el mundo, es muy mi vicio, es muy mi
bronca, y en verdad no perjudico a nadie.
En
realidad, después de hacerlo, las cosas han sido mucho más sencillas, no quiero
decirte que toda la vida lo planee, que me pasaba los días decidiendo si consumirla
estaba bien o estaba mal, pero para serte sincero voy a confesarte que creo que
todo este asunto ya venía grabado en el lado b de mi cerebro y de antemano.
Es cuestión
de enfoque puro, de tendencias, de mayorías, probablemente pienses en este
momento que soy el peor hombre del mundo, que soy una aberración burda y
completa, pero lejos de vanas hipocresías y justificaciones facilonas, yo estoy
rotundamente convencido que no soy peor ser humano que un genocida, un enfermo
de poder, un dictador, un político corrupto, un secuestrador; es más, no soy
peor persona que un asaltante cualquiera, tal vez esté enfermo, sí, pero no soy
peor. Yo no ando por el mundo rompiéndole las bolas a ningún cristiano.
Pero más
allá de moralinas torpes y cantaletas insulsas, quiero decirte que lo que acabo
de hacer, única y sencillamente lo hice porque te amo. Probablemente no lo
creas, seguramente pensarás que estoy burlándome de ti, pero no es así, jamás
en la vida entera había dicho algo con tanta razón y con tanta verdad.
¿Recuerdas cuando nos casamos? ¿Cuándo prometimos compartir nuestras vidas,
nuestros gustos, nuestros planes, nuestras penas y hasta nuestras enfermedades?
¿Lo recuerdas? ¡De eso se trata esto! ¡De compartir lo que yo he encontrado! ¡Esta
virtud que todos asumen a priori como una bajeza sin saber lo que hay
detrás!
Verás,
cuando la probé por primera vez, con toda la reserva del mundo, con el cerebro
ciego de prejuicios, con la voluntad en titubeo, con el fardo moralino del
pecado escudriñándome rabioso, no pude entregarme al solaz completamente. Me
persiguió una culpa horrible muchos meses, pero como era de esperarse reincidí,
y cada vez que repetía rompía grilletes, ahuyentaba a los fantasmas del
remordimiento, abrí uno por uno los aparatos sensoriales de mi cuerpo a la
nueva, dulcísima experiencia de este vicio, y los experimenté por separado y
luego juntos, combinados, y cuando renuncié a la barbaridad de las trabas
morales que solo son impedimentos, pude experimentar mi vicio con los ojos tan cerca
como lo haría un niño curioso y muy travieso; auscultando la composición
extraña de su cuerpo, me fascine con su textura entre mis dedos, en esta piel y
en este rostro; olfateé con ceremonia el acre aroma como un monje tibetano que
aspira reverente el olor de los inciensos; y luego la probé de nuevo con tanta
golosina, chasqueé la lengua como hace un sommelier
y amé el sonido y el aroma hermosos que brotaban de mi boca.
Me aficione
a este vicio con tanta energía devastadora, la consumía tan a menudo como tres
o cuatro veces al día, y mi cuerpo no tardó en cobrarme la factura, ninguna
cosa que no se remediara con la toma de antibióticos. Así aprendí a
dosificarme, a degustar minuciosamente cada vez que lo hacía, espacié los
periodos entre consumos, y los esperaba con ansiedad abrumadora y emotiva,
sofistiqué mi adicción con gran maestría, aprendí como crear mejor producto, y
hasta el maridaje perfecto con un vino. En fin, me hice un experto.
Después me
dio por experimentar otras cosechas, las mías no estaban mal pero ¿y las otras?
¿Cómo sabría de qué me estaba yo perdiendo si no probaba? Hubo de todo, algunas
horriblemente magras, la mayoría fueron mediocres, horribles e indiferentes,
pero ¡ah! hubo de aquellas que valieron todas las penas recibidas. Y por esos
pocos tan sabrosos momentos no me arrepiento.
Te digo,
cielo, me hice tan bueno, tan conocedor, tan diestro que lamentaba que el mundo
se perdiera de ello, y soñaba con utopías desenfrenadas donde todos los seres
humanos en armonía conocieran mi vicio y
pudieran saborearlo como yo, que todos lo quisieran, que todos lo disfrutaran
sin trabas morales ni prejuicios. Y tracé planes extraños para introducir
involuntariamente y por principio de cuentas a todos los vecinos.
Pero
después me vino este amor tan egoísta y cambié mi raciocinio. ¿Por qué habría
de entregarle al mundo mi mejor secreto? ¿Acaso los hombres merecían sumergirse
en un solaz tan inmenso y legítimo? ¿Y qué tal si al divulgarlo y promoverlo
dejaba de ser tan bueno precisamente porque una de sus más grandes virtudes era
quizá que fuera secreto y prohibido? ¡Ah! ¡No señor! El mundo me había quitado
tanto y del modo más artero e injusto y yo no iba a entregarle en bandeja de
plata mi mejor vicio y servicio.
Pero tras
unos días pensé en ti, en lo que siento hacía ti, en lo que te amo y te
respeto, en que eres tú la única belleza de este podrido mundo que puede
competir con mi vicio. ¡No me mal interpretes! ¡No te estoy comparando! De
hecho, tú, mujer mía, eres exactamente lo contrario y precisamente por eso te
amo, por ser pureza, por ser belleza, por ser inocencia, por ser tú tan como
eres tú.
Y por ello
no podía yo dejarte así, sin que supieras, sin que probaras —aunque fuera sin
querer— mi dulce maná. Tienes que entender que si yo te hubiera advertido de
antemano de lo que se trataba, te hubieras rehusado tozudamente a probarlo; por
eso elegí cocinarte, prepararte este platillo sofisticado, solo para tu
paladar, como una exquisita ofrenda de amor… Mi hermosa flor, esta deliciosa obra de arte
culinaria está hecha a base se tu propia evacuación. ¡No hay por qué armar lío!
La caca es solo tuya, pues no consideré justo iniciarte en este arte con otra
ajena. Yo empecé comiendo la mía. Ahora ya sabes mi verdad y sabes lo que has consumido.
Si me crees y si aún me amas, dale un bocado más y después bésame, ¡amor mío!
Categoría:César Vega,Cuento,El vicio,Lee Price,Narrativa
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada
(Atom)
Categorías
- Crítica (9)
- Ensayo (9)
- Entrevista (2)
- Lengua (2)
- Narrativa (33)
- Poesía (34)
- Recomendación (6)
Colaboraciones
- Berto Naviera (9)
- César Vega (8)
- Iván Dompablo (9)
- Nidya Areli Díaz (9)
- Roberto Marav (7)
- Sofía Mares (13)
- Vladimir Espinosa (9)
- Víctor Alvarado (9)
- Víctor H. Pedraza (8)
Con tecnología de Blogger.
Lo más leído
-
Por Vladimir Espinosa Román Una de las grandes virtudes de Octavio Paz es la maestría de sus obras ensayísticas. Todas ellas ll...
-
Por Nidya Areli Díaz La muertita es una tragedia de corte político y social cuyo tópico principal son las Muertas de Juárez. El...
-
SEMBLANZA Libia Eunice Salcedo Ruiz nació en la Ciudad de México el 25 de agosto de 1971. De madre libanesa es una de las seis hijas...
-
Por Vladimir Espinosa Román La personalidad femenina que se retrata en el cuento “Los convidados de agosto” (incluido en el libro ...
-
SEMBLANZA M ó nica L öwenberg es una artista plástica contemporánea nacida en la Ciudad de México. Sus estudios en Diseño G...
-
Por César Vega Querida Samantha: Trataré de ser lo más concisa y breve al explicarte todo este asunto; en verdad te ...
-
Por Nidya Areli Díaz SEMBLANZA David García Ruiz, Alias Torlonio, nació en la ciudad de Madrid el 6 de febrero de 1964. Pasó ...
-
Por Víctor Alvarado Botas de futbol Ricardo Renedo Todo iba bien hasta que ¡tras!, se escuchó por enésima vez un pelotazo en e...
-
Por Víctor Alvarado Con este, es el quinto intento de escribir unas buenas líneas, dame dos o tres minutos y tal vez lo logre. A...
-
Por Nidya Areli Díaz Ojo por ojo, diente por diente es una obra del dramaturgo Mauricio Jiménez que se originó al adaptar la come...
0 comentarios:
Publicar un comentario