9 de febrero de 2014
MENSAJE DE INDEPENDENCIA
Por Víctor Alvarado
I
Nunca he sabido bien cómo contar una historia ni por
dónde empezar, siempre me ha resultado difícil dar a entender las ideas o los
sucesos. Sin embargo, he de intentar, con algún esfuerzo y pese a cualquier
riesgo, hacer una breve remembranza. Esto por voluntad propia, nadie nunca me ha
presionado, mi decisión está tomada. Si ha llegado este documento a tus manos, te
suplico hacer una seria reflexión y actuar como lo dicte tu consciencia.
En 1981 encontré un artículo en la Enciclopedia del México Nuevo, aquella preciosa
edición empastada en piel negra y roja, con letras laminadas de oro, envuelta en
una hermosa serpiente emplumada de plata. Fue la primera vez que leí y tuve
conocimiento de la carta. La referencia se hallaba justo a la mitad del tomo
seis, al pie de una ilustración un tanto difusa. Desde ese momento supe que se
trataba de un asunto importante.
Recuerdo aquellos días de lectura con añoranza; el
abuelo pasaba horas en medio de sus libros, escribiendo, resolviendo
crucigramas y bebiendo café en la comodidad de su extensa biblioteca. Recuerdo
también algunos años atrás cómo los nietos podíamos tomar cualquier libro o
revista; me encantaba observar los cromos de animales exóticos y las láminas de
las pinturas del mundo, también los cartones de los fascículos extranjeros, no
entendía su idioma pero las imágenes lo decían todo, era muy divertido. Al
morir mi abuelo se perdió todo, incluyendo la enciclopedia.
La edición era del sesenta y seis, nunca volví a
encontrar otra igual. En la imagen de tonos sepia, había una edificación
rectangular alta en cuyo frontispicio se acomodaban veinticuatro pequeñas
ventanillas, ocho puertas cerradas y treinta y tres peldaños que daban a la
plazoleta; en el centro de esta última, había una estaca apuntalada, y en su
pico, yerta, rodeada de una curiosa multitud, se hallaba la cabeza del cura: “Antes
de morir, antes de ser excomulgado, torturado y fusilado, pidió, a cambio de su
vida, que se respetaran los Pactos de Guerra, y se entregara una carta en sobre
cerrado a un destinatario desconocido”.
Años más tarde, durante mis estudios en la
preparatoria, encontré en el diario La
Noticia del seis de diciembre de 1985, la versión estenográfica del
discurso que dio el Dr. Roberto Cruz Pereira, al ganar el Premio Nacional de
Novela Histórica por La otra cara de la
Independencia. Ahí encontré otro indicio del documento referido. Me
apresuré entonces a buscar la obra, e intenté, sin éxito, ponerme en contacto
con el doctor; me enteré que por diversos problemas políticos, él continúa
radicando en algún lugar desconocido del extranjero.
En una primera lectura encontré información histórica esencial
del Movimiento Independentista. Pero después de releerla detenidamente, hallé,
cada tanto número de páginas, alusiones a un personaje en apariencia incidental.
La novela parecía codificada.
El doctor Cruz, en efecto, como si se tratara de algún
rastro, refirió tres acciones, sin dar nombres ni mayores datos: Una. “El preso
escribió y entregó un sobre al
custodio”. Dos. “La carta debió
entregarse esa misma noche”. Tres. “…del paquete
nunca más se supo”.
Una ola de intriga me invadió. Fui comprendiendo. No
pude sosegarme en días. Conjeturé, no sin antes hacer una pequeña indagación, que
aquel personaje podría tratarse de algún pariente de mi familia. Luego, con
ayuda de otras referencias bibliográficas, deduje que se trataba de uno de los
hijos del cura. En esos días no pude saber su nombre; pero, años más tarde,
identifiqué la ruta que lo llevaría hacia el lugar de su muerte, San Cristóbal
de las Casas.
De manera somera, el doctor Cruz Pereira, hace mención
de una reunión secreta previa al inicio del levantamiento. En un ensayo, el
maestro Jiménez Rodas, asegura: “...una carta
fue escrita por el cura, no se sabe con exactitud lo que decía, pero debía contener,
seguramente, no solo la voluntad del líder, sino que también, debía incluir las
instrucciones a seguir para alcanzar una eventual victoria”.
Estas fueron algunas de las piezas del intrincado
rompecabezas.
II
Fui a charlar con Mateo, amigo y profesor de posgrado.
—Me he preguntado, amigo, para qué sirve un nombre; un
apellido.
—Un apellido de nada sirve. No te engañes. Todas las
mañanas son iguales desde hace cientos de años; despiertas con unas malditas
ganas de seguir viviendo, de persistir contra tu voluntad. No deseas estar vivo
sino pretendes seguir viviendo. Ambicionas ser parte de algo, incluirte,
mantenerte de manera terrible, al margen de una vacua vida social. Tienes
hambre de mundo, de experiencia. No te importa si ese pobre menesteroso, tiene
o no para comer. Pobre mendigo, igual que tú y que todos, está hambriento. Acto
de humanidad, te dices, luego avientas la moneda que no alcanzaría siquiera
para un taco. Te piensas extraño, impersonal, te crees espontáneo y bondadoso;
una especie de conmiseración florece en tus entrañas. Ese simple acto, el de
arrojar la moneda, el de sentir, te inyecta ímpetu momentáneo y fuerza para
seguir dentro del aro prefabricado por ti y por quienes cooperan para
sustentarlo. Habrá quien repugne al mendigo; a veces yo siento esa repugnancia,
igual pueden repugnarnos a nosotros. Habrá quien se moleste o siga indiferente.
Levanta el rostro y date cuenta que no hay diferencia entre tú y ese hombre
desgraciado. No confundas el claro reflejo del espejo con el indigente
limosnero del lado opuesto. Ves por qué digo que de nada sirve un nombre, un
apellido, una herencia vacía; una supuesta independencia. Sigue tu camino, deja
a los otros seguir el suyo.
—Lo pienso, maestro, pero hay algo que me obliga a seguir.
—Olvida. Sigue andando con la indiferencia a cuestas,
con el auténtico orgullo de no dar ni pedir nada a nadie, con esa actitud de
ser humano íntegro, insuperable, capaz. No vengas con ese argumento vacío de tu
legado. Mira, sé que en verdad eres descendiente del cura, pero también puedes
ser chozno cualquiera, de ese o aquel antepasado guerrero, solo eso. Te repito,
las mañanas, ayer y hoy son todas iguales, iguales las personas son hoy. Vive
por todos los cielos la realidad, ¿crees que por esa herencia, existe
compromiso con tu sociedad?, no, no lo veas así. ¡Basta de tonterías! Hazte un
favor, lee tus libritos, ponte al tanto de la cartelera, sigue en la
universidad pública, sigue trabajando para tus representantes populares, sigue
ahí. No interfieras en la vida de los demás. No te sientas mal, hay muchos que
piensan igual a ti.
—Lo he reflexionado, Mateo, aun así, seguiré.
III
Aquella noche, el cura se sentó en uno de los extremos
de la mesa hexagonal con los mandos principales de la organización. Se propuso,
a fin de continuar el movimiento, escribir un documento con las indicaciones
para alcanzar el triunfo, o, en todo caso, el fracaso; informar al pueblo las
auténticas intenciones de la lucha; hacer público el concierto de buena
voluntad firmado por las partes del conflicto, y evitar así, persecución y
matanza. Luego, se instruyó esconder la carta con alguien de suma confianza. Hoy
sabemos que fue entregada a uno de los hijos del cura; el mismo que Cruz mencionó
en su enmarañada novela, y quien, al huir hacia el sur en 1823, fue cruelmente
asesinado por la espalda.
De la carta se halló poca información fidedigna en
documentos y escrituras del Archivo Central y de la Biblioteca General.
La misión fue entonces encontrar la carta. Me empeciné
por saber de su existencia. Para 1991, existía gran cantidad de información; biografías,
documentales y libros del tema de Independencia.
Se decía que el cura había muerto sin descendencia,
que nunca fue torturado y que antes de morir se había confesado en el seno de
la Iglesia Católica, misma que lo sometió a un terrible proceso de excomunión.
Información falsa o incompleta.
Con la esperanza de hallar algún vestigio, decidí acercarme
a la familia. Mi sorpresa fue mayúscula al saber que la abuela tenía
información privilegiada; me platicó historias de su abuelo y de algunos parientes.
También me contó de Joaquín, su padre, y de dos de sus primas, y de cómo estos
tres recibieron, aprobada por la Cámara de Diputados en 1942 y 1960, una
pensión diaria de 5 y 15 pesos diarios, respectivamente, por el concepto de ser
descendientes directos del Padre de la Patria.
Así, poco a poco, logramos identificar el paradero de
Benito, nieto del cura, aquel cuyo padre, había sido eliminado en Chiapas.
Después descubrimos que el nieto Benito, también desaparecido, al parecer por
cuestiones de juego y mujeres, dejó, al cuidado de sus hermanas, un hijo de
nombre Joaquín, es decir, el padre de mi abuela, quien vivió en el pueblo de
San Francisco del Rincón hasta los veintiséis años, edad en que se mudó a la
Ciudad de México.
Joaquín conservó, hasta su muerte en 1961, un mundito
con pertenencias heredadas por Benito, su padre. Era cuestión de tiempo, pronto
concluiría nuestra búsqueda. Mi abuela comentó que días antes de la muerte de
su padre, este dio el mundito a su hijo Miguel.
IV
—Reflexiona un poco, tranquilízate.
—Piensas, Mateo, que he de permanecer impasible. Eres
amigo y profesor. Eso no significa que tengas la razón. Comprendo tus ideas.
¿Acaso no te das cuenta? Esa vida que refieres, llagada de apatía, se alimenta
vorazmente por el cotidiano desdén y la despiadada costumbre deglutida
gustosamente muy a mi pesar, muy a pesar tuyo. A esa persona, a ese otro yo,
incólume, ambicioso, que lee historia y siente orgullo y goza de las épocas de
gloria, de las guerras y hazañas, a ese, su corazón le salta, le salta con
fuerza. El nudo congénito agarrado del cogote, deja pasar apenas la saliva,
deja sentir en la inquieta sangre sus latidos, sus palpitaciones; traza
escasamente imaginada de aquellas batallas, del comienzo de la Revolución de Independencia.
De esa que llamas “supuesta Independencia”.
—Lo sé, pero dejas de leer y, al minuto, todo se
apaga, toda esa emoción efímera se extingue. Y no vuelves al libro, te
sorprende un remordimiento insospechado. Náuseas y sed de olvido. Piensas en
luchar y luego te acobardas. El miedo te cobija. Tu deseo es acudir, pero algo
te lo impide.
—Te equivocas. Esta época de injusticias y graves
problemas nacionales, así como de los privilegios de que gozo, son parte del
funcionamiento interno, un sofisticado pero complejo y caótico sistema endeble
de nuestra sociedad, es esta la realidad actual. Desorden enclaustrado en la
armonía del decurso de la vida. Normatividad guiada por la mítica
corresponsabilidad del esfuerzo rutinario. Esperanza incandescente luchando por
no extinguirse. Fe de raza por un progreso aletargado. Esa disputa por alcanzar
las metas, se convierte, paradójicamente, en alimento de su propio apetito
insaciable. Voy recorriendo la vida, amigo, las calles, y no todas las mañanas
son iguales.
—Comprende, aquí y allá, cada quien para su santo.
Sigue el camino, no te fijes en la carencia de tu hermano. Así eres. Te
conozco, medio independiente, medio intelectual, medio hábil de imaginación,
inerme a veces ante un solo brote de creatividad, y aparentemente feliz cuando
te veo aplastado en tu reposet de piel con tu libro en mano.
—Ahora te pido a ti relajarte, maestro. Debes saber
que gozo con pasión de mi carácter independiente y patriótico. Esa náusea de la
que hablamos habré de tragarla con el pulque de mi pueblo. La sanación llegará
sola. Entonces, empezaremos a entender la otra independencia, ¡eso es mi independencia!
Se disipa el miedo a protestar, la valentía sale de su jaula. Volteo y veo mi
casa, amigo, a mi familia, mi reflejo en el espejo y me detengo. El miedo
navega mi pensamiento, pero debo sobreponerme. Debo cumplir. Hoy es demasiado
tarde para el arrepentimiento.
—Olvida todo. Apacíguate. Confirma que la inútil vida
que vives, al igual que la de los demás, no es tan mala. Inútil no es sinónimo
de infame. No es obligación tuya, de ningún académico ni estudiante, denunciar
actos de injusticia social, mucho menos participar de alguna infructuosa pelea.
Dime, ¿de qué infiernos serviría intentarlo en la peor y más inmunda época de
nuestra sociedad? Mejor cálmate. Te puede ir mal.
—No, mi querido amigo, no. Mi alma y corazón no hallan
tranquilidad. El agua turbia de los pensamientos no se clarifica, a veces me
pongo furibundo. Al salir de las aulas se magnifican las ansias por volver, es
en ellas que obtengo la dosis requerida. Medicina psíquica. Hipnótico para
deambular entre los fantasmas indolentes. Pócima que permite convivir conmigo
mismo. No todas las mañanas son la misma. Amanece. Explotan las jacarandas.
Nacen hombres y cantan las aves. ¿Las mañanas son la misma? Ya no. Se levanta
el inconforme, el somnoliento pueblo guerrero; el cínico mandatario, el
embustero y la noción ardiente; el perro rabioso defensor de su cría, el
buscador de la verdad desfigurada; la voz de la justicia invisible; el
negociante detractor de causas nobles o perdidas. Se ha desatado ya el brusco e
imparable arrebato colectivo, amigo. Hierve aguerrida sangre, hierve la
famélica masa buscadora de honestidad inexistente. Luego oscurece. Se hace de
noche, se apagan las velas. Nos vamos a dormir y nos ponemos a soñar sueños de
una vida mejor, de una que nos podría llevar a la muerte. Digo a mis padres:
estoy tranquilo; a mi mujer: estoy tranquilo; a mis hijos: estoy tranquilo y a
ti, hermano: estoy tranquilo.
V
Que venga alguien y me diga entonces si no han sido
suficientes todos estos siglos para que la gente de mi país pueda vivir de una
vez. Que me lo digan porque no lo sé. Cuando me refiero a mi país quiero
decirlo todo, de punta a punta, en todos sus rincones, montañas, litorales y
valles, ciudades, pueblos y rancherías. Cuando digo gente me refiero a toda,
seres sin razas ni mezclas mal llamadas, solo gente. Cuando digo vivir quiero
decir vivir, no supervivir. Esos muertos, revolucionarios, incautos,
promotores, bienaventurados, dejados, despreciables, mártires; hombres y
mujeres, ¿qué fue de ellos, qué ocurrió con ellos? No basta un buen
comportamiento, si detrás hay vivales corruptos; no bastan los sueños deseados,
si detrás hay sedientos de poder; no basta luchar, prepararse y estudiar, si
detrás habrá alguien con dinero deseando más dinero. No puedo entender cuál
sería la conclusión histórica de este mazacote de ideas, tan dispersas como
diferentes, de esta aglomeración tan rica de colores, difusa de creencias e
insoportablemente cotidiana. Si la historia se escribe día a día, supongo que
jamás habrá conclusión. Me limitaré a imaginar un futuro no tan lejano, donde
podamos prescindir de inmundicia, de tanta codicia, y con un poco de suerte
mejoren las cosas, ya para mis hijos o nietos, ya para los nietos de tus
nietos. En el transcurso veremos como sigue de frente ese tren encarrilado sin
frenos de la vida. Hay que tomar medidas, hay que cambiar los hechos. Cooperar
desde nuestra trinchera, pintar, escribir, actuar y escuchar, leer y crear
música, trabajar, arar la tierra, arar la vida, cosechar de a poco, fruta por
fruta, y aguardar, con más fe que esperanza, el cambio definitivo. Platicando
los sueños con nuestros amigos soñadores. Ojalá nos dure el tiempo para pisar
descalzos la arena de las pirámides, para ver las estrellas de allá del otro
lado del mar, para dormir una noche en el bosque asechado por los osos, para
acariciar de una vez esa piel tersa de las focas blancas, para nadar en el agua
bendita de mi pueblo el mundo. Antes pensé que la vida era así. Quizás era así,
aunque lo negáramos, quizás así porque así era. Pronto, habrá un mañana donde
todos despertaremos con el deseo de vivir nuestras propias vidas. Pronto habrá
una nunca antes imaginada, una real y verdadera conciencia colectiva, muy
pronto. Sin engañarnos, sin traiciones, recuperaremos lo nuestro, lo que nos ha
sido despojado.
VI
Piso imitación mármol. Cortinas púrpura opacadas por
el polvo de los años. Ventanas simuladas ambarinas. Sillas matemáticamente
dispuestas, familia uno por la derecha, dos hacia los pies, tres, si viene, por
el lado izquierdo, invitados, en sillones alrededor del ataúd. Bruñidos
candelabros y cirios maduros casi todos apagados. Dos arreglos con flores marchitas
poco iluminados por la única lamparilla concéntrica. Afuera, el inclemente
castigo del mediodía. Aquí, el amargo frescor de la muerte. Murmullos. Lágrimas
falsas. Tristeza y arrepentimiento fingidos. Promesas incumplidas o rencores
redimidos. Fugaz meditación y obligación moral. Era mi padrino. Más murmullos.
Entramos, la abuela y yo, al sepelio. Mira hijo, pobre
de mi hermano, como fue a quedar, ni sus flores ni sus rezos. Sabes, tu padrino
fue buena persona, era católico, igual que sus padres y abuelos. Esta familia,
quién sabe de qué religión sea. A él le gustaban los crisantemos y las nubes.
Cuando íbamos al panteón a ver a nuestros muertitos, se ponía reza que reza.
Era cosa de respeto. Ya ves ahorita, pobre, nomás porque le trajimos
florecitas, y yo le voy a rezar un rosario, si no, imagínate.
Luego, con trabajo se hincó mi abuela, le puse un
cojín en las rodillas, se agarró de una silla y rezó mucho tiempo. Encuentro
con la muerte. Oraciones; pides al Dios de los católicos por el descanso de Miguel.
La busca llegó a su fin. Después de releer la
traducción de la carta, te preguntas si estás o no listo para emprender la
proeza. Cumplir la voluntad de tu ancestro. Culminar la empresa inconclusa.
Organizarte en pro del bienestar común. Ya no hay laberintos; el camino es
recto. Es momento de tomar las riendas. Tienes la guía y te preguntas de nuevo
si tienes las agallas, la madurez, la valentía, si por tus venas corre sangre
revolucionaria. Ya no hay marcha atrás.
Cuál es la diferencia de morir él u otro, con flores y
rezos o sin ellos. Es un desesperante y tedioso estar y esperar. Esperar que se
lleven sus restos, los cremen y los entierren. Desaparecer por completo del
plano físico, luego de la memoria.
La abuela ahí sentada, triste, agarrada a la madera de
la silla, como si pudiera así agarrarse a los recuerdos, asirlos
momentáneamente con el lazo de la añoranza. Echar la última platicada con su
hermano, su compadre. Recordar acaso un día de su infancia, de su juventud.
Despedirse.
El pasado 23 de abril del año 2010, en los velatorios
de la calle de Miguel Shultz de la Colonia San Rafael, fueron velados los
restos de don Miguel Hidalgo y Costilla Ríos.
VII
Encontramos la carta. Acompañado de la abuela, subí
las escaleras de una vieja casona ubicada en Libertad y Comonfort. En el
segundo piso había un taller de herrería y dentro, la oficina de Miguel. A
pesar de ser temprano, había poca luz. Mi padrino sacó de la caja fuerte un
envoltorio, extendió su contenido en el escritorio, abrió el mundito y me
entregó un papel amarillento y vetusto. Me dijo, cuídalo. Era la carta. La
tenía por fin en mis manos. Estaba escrita en francés. La abuela y yo
observamos con emoción y melancolía. Nos quedamos a charlar con él toda la
tarde. Fue la última vez que vimos a mi tío con vida.
No fue posible realizar la traducción completa por lo
deteriorado del papel. Eh aquí los fragmentos rescatados:
...ahora, en vuestras manos tenéis la carta, deberéis
juntar de inmediato a los conocedores de la carta, a los sabedores de la carta,
a los herederos de la carta...
...seguid al pie de la letra las justas indicaciones, acudiréis
al Templo...
...respetaréis a los miembros del grupo, y sus
congregaciones, fundadores, herederos, hijos y amigos. Juntad a todos, del
norte y sur, del este y oeste, todos los grupos deberéis estar juntos. Tomad la
carta y llevadla a la mesa de los seis costados, formalizad Nuevo Consejo,
Renovado Consejo, según el pacto, comentad y difundid el mensaje en presencia
del Nuevo Consejo de la mesa de la Asamblea...
...los
documentos de los números, enfrentad a los enemigos de la patria, cumplid los
Acuerdos, los Sagrados Acuerdos firmados ante Dios, y así, los de Guerra. De
no...
...respetad la vida del Ejercito Insurgente y respetad
la misma vida del enemigo de la Nueva Patria. Fortaleced al Ejército Insurgente
y dad cauce a la instauración de la Nueva Nación, a la Patria Nueva e
Independiente. Liberad al pueblo del envenenado poder...
...espaldas hasta el día de hoy. Cumplid hasta la
misma muerte. La causa es santa y Dios la protegerá. ¡Viva pues, la Virgen de
Guadalupe! ¡Viva la América, por la...
MHC
septiembre 1810.
VIII
Hay encrucijadas, bifurcaciones con las que nos hemos
de topar y en las que deberemos actuar. No sé si hice o no lo correcto. No sé
si alguien más habría actuado de la manera en que yo lo hice. Procedí con las
instrucciones. Acudí al Templo de la Tradición Universal. Reuní a los
integrantes de la Asamblea. Llevé la carta; la traducción. Fui bien acogido. La
organización del Nuevo Movimiento llevó pocos meses, los integrantes están
comprometidos. Sabían, igual que yo, que este momento llegaría. Todo ha salido
bien desde el principio hasta el día de hoy. La tecnología nos ha permitido
apresurar la marcha. Esperamos pronto enviar una copia del mensaje al mayor
número de compatriotas. Si a estas fechas aún no recibe usted copia del
mensaje, le pedimos tener paciencia. En caso de hermanarse con la justa causa
por la que habremos de luchar, suplicamos cumplir cabalmente las indicaciones.
Somos ya más de trescientos mil en todo el territorio, incluso fuera hay
camaradas aliados. Es demasiado tarde para echarse atrás. La ayuda
internacional no ha sido suficiente, sin embargo, el furor, el coraje y la
determinación de los connacionales, harán casi todo el trabajo. Debemos estar
alertas. El enemigo está encima de nosotros. Después de más de doscientos años,
esperaremos la señal. En próxima fecha, daremos una vez más el grito.
J.
Hidalgo y Costilla.
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1 comentarios:
felicidades carnal, ahora nos toca no quedarnos callados, el mensaje pronto llegará, así pronto daremos el grito.