23 de marzo de 2014
MALDITO FUTBOL
Por Víctor Alvarado
Botas de futbol Ricardo Renedo |
Todo iba bien hasta que
¡tras!, se escuchó por enésima vez un pelotazo en el portón. Don Ponchito se
levantó molesto. El balón cayó en el patio. ¡Maldita sea! ¿No entienden?, gritó
molesto al recogerlo. El portón de la casa de don Ponchito tiene la forma
exacta de una portería; la calle, es la preferida de los chavos, no transitan
autos. Fue directo hacia el fondo donde había un cuarto oscuro. Observé con
curiosidad. Era el cuarto de las pelotas, y yo que lo creía un mito. Se encuentra
bien, pregunté, aunque creo que está un poco sordo. ¡Vaya con el tesoro! Centenares
de balones, bolas y pelotas desinfladas y polvorientas. Esa tarde le llevé unos
discos de música clásica para pasarla tranquilos. No sé por qué odia tanto el
futbol. Eso de andar nomás por ahí como loquitos pegándole con las patas a un
pedazo de aire cubierto de cuero, en verdad es una de las cosas más absurdas y
estúpidas que existe. Dijo ya tranquilo, antes de encerrar la nueva pelota en
la covacha. Luego, regresó, se sentó, me destapó otra lata y continuamos disfrutando
la melodía. No pasaron unos instantes, cuando justo en el clímax del concierto —si
acaso el término puede aplicarse así, tan a la ligera cuando se habla de música—
cayó del cielo lo que parecía ser un misil teledirigido, justo en su cabeza,
para rebotar directamente hacia el ventanal de la sala-comedor. ¡Crash! Añicos.
Era un hermoso balón semiprofesional, clásico, blanco y negro, cosido a mano, edición
especial con escudo del Seleccionado. Creí ver fuego en su rostro. Más furioso
por el golpe que por el desastre, vociferó con las manos al aire: ¡maldito!, ¡maldito
sea el futbol! Luego pateó el balón con todas sus fuerzas. Está usted bien, don
Poncho; me brincaba el corazón. Nada grave muchacho, nada grave. Entonces, para
mi sorpresa, cogió el balón entre sus manos, lo vio fijamente y lo acarició. Me
miró. Miró hacia la covacha. Se hizo un silencio. Igual a esos que se hacen
cuando no sabes si será terrible o insignificante lo que está a punto de ocurrir.
Aventó el balón al aire, lo recibió con el pecho, lo bajó delicadamente y ¡puc,
puc, puc!, antes de caer, lo levantó con el empeine y luego con las rodillas
comenzó a dominarlo. No es que me guste mucho el futbol pero me entusiasmé. El
anciano volteó y me la tiró de frente. También yo hice algunas dominadas. De
cabeza a cabeza, pase tras pase, comenzamos el juego. Por primera vez en años aquel
tipo antipático se ponía contento. La alegría nos invadió. El ex jugador
profesional de futbol de la Selección Nacional de 1962, Alfonso “La saeta”
Rodríguez, retirado en partido de semi por lesiones y fractura expuesta de rótula,
tibia y peroné, realizaba suertes con su pelota. Acertadamente la dominó de
nuevo y la bajó como un experto. Me hizo un túnel. Luego saludó a toda la
afición y se dispuso a acomodar el esférico para lanzar un último tiro penal.
Yo estaba nervioso. El público estaba expectante. Agarró la pelota. Hizo un
cálculo. Se limpió la frente y con toda calma bajó el balón; lo acomodó encima
de una escupitina. Respiró profundamente y se echó para atrás. Uno, dos, tres
pasos. Volteó a ver a la afición que gritaba y aplaudía. Yo hacía de arquero y
estaba dispuesto a todo con tal de parar el cañonazo. Don Ponchito avanzó con
la determinación del matador. Acometió. Soltó un patadón certero. Un instante
antes de que todos observaran como entraba el balón por la meta y gritaran al
unísono ¡goooool!, don poncho, con el pie de apoyo, alcanzó a rebanar con sus
tacos una impertinente piedrecilla muy redonda que lo hizo resbalar. Después
del crujido, se hizo de nuevo un silencio.
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2 comentarios:
¡Fenomenal! ¡Me encantó!
Muy Bueno