23 de agosto de 2014

COMPAÑEROS


Por Armando Escandón

 
Filosofo leñador
Eugenio Hermoso
El leñador inmisericorde flagelaba al burro: 

— ¡Anda, miserable! ¡Desquita tu alimento! 

El animal, con los ojos crispados por las lágrimas y lleno de dolor, apretó el paso: 

Al llegar a la casa grande, el leñador desmontó su carga, tocó el portón para entregar la leña y recibir su pago. 

Abrió el señor de la casa que iba de salida: 

— ¡Por qué tardaste tanto! ¡Flojo! ¡Por personas como tú, el país no prospera! 

De mala gana, el hombre aventó al piso unas monedas. El leñador masculló un sombrío “gracias” y recogió el dinero.
 
Al desandar el camino, tanto el corazón del leñador como el del burro latían a un mismo ritmo.
 
 

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