13 de julio de 2014
LA BELLA QUEMADA
Por Armando Escandón
![]() |
Puntos de luz Mariela Mónica Montes |
La beldad residía en ella. Mil y un pretendientes la cortejaban,
siempre se vio rodeada de invitaciones a cenar, chocolates y flores. Mas llegó
el día en que se cuestionó: “¿A quién buscan, a mí o a mi belleza?”. Escarnecida
por la duda, decidió rociar su cuerpo con alcohol y encender un fósforo. En
cuestión de segundos su hermosura pasó a formar parte del pasado. La dama de
compañía, alertada por los gritos, llegó en el justo momento para brindarle
auxilio a su ama. Los días cedieron su lugar a los meses y éstos a los años.
Los admiradores desaparecieron, a excepción del número mil uno, quien tarde
tras tarde visitaba a la bella quemada.
Cierto día, ella ya no le recibió. Hizo que su dama de compañía le
entregara la siguiente carta:
Agradezco su
entereza y constantes muestras de amor. Sin embargo, ¿qué puedo ofrecerle si mi
cuerpo sólo es cenizas sobre huesos? No somos iguales, no lo puedo condenar a
convivir el resto de sus días junto a un monstruo como yo.
Por favor, no me
busque más.
Él, como única respuesta, entró a la cava. Tomó la primera botella
que halló a su alcance y regó el contenido sobre su cuerpo. Una chispa de sus
cerillos bastó para verse en vuelto en llamas. La dama de compañía apenas pudo
socorrerlo. Fue llevado al hospital más cercano, no obstante su cuerpo ya era
un mosaico de llagas. Cuando la bella quemada se presentó, él le inquirió: “¿Ya
somos iguales? ¿Ya podemos pasar el resto de nuestras vidas juntos? ¿Tus ojos ya
son dignos de posarse en mí?” Ella lo besó en la mejilla y lo cuidó
denodadamente durante la convalecencia. Él —ante ella— ya había demostrado su
pasión, empero ella se sentía inferior, pensaba: “Él lo ha entregado todo por
mí, sin embargo yo por él no he hecho nada”. Así, decidió sacarse los ojos y
hacérselos llegar a él en un frasco de formol, con una nota que rezaba:
Ya soy digna de que me
tomes entre tus brazos.
Él, lleno de culpa, se cortó los oídos y se los envió a su amada
con la siguiente misiva:
El vaivén de tus
pasos soliviantará cualquier pesadumbre de mi vida.
Ella se arrancó las plantas de los pies; él la nariz; ella un
brazo; él una pierna… Restos de miembros corporales y recados fueron y vinieron
de uno a otro, hasta el día en que poco quedó de ellos. Como última voluntad de
ambos, sus despojos fueron incinerados y puestos en la misma urna, labrada con
la inscripción latina:
Consumatum est.
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